He leído El almanaque de mi padre.
Creo que a estas alturas todo el mundo debe de conocer la obra de Jiro Taniguchi, que yo he retrasado tanto en leer debido a mi poco interés por los dramas humanos, aunque en algún momento había que leerlo y, la verdad, no me arrepiento. La historia gira en torno a Yôichi, que regresa tras más de una década a su pueblo natal para asistir al velatorio y posterior entierro de su padre, del que no guarda demasiado buen recuerdo. Ese es el punto de partida de una historia que nos sumerge en la vida de un niño que vivió su infancia marcada por un terrible incendio que asoló su ciudad, el divorcio de sus padres y el sentimiento de abandono de un padre muy ocupado con su trabajo. Esto provocaría que creciera con una sensación de aislamiento de su núcleo familiar, albergando un ansia de independencia que derivaría en una marcha a estudiar a Tokyo, lo que a la postre se convertiría en un ruptura con sus familiares, poniendo como excusa constante el trabajo y la distancia.
La historia está magníficamente contada y consigue lo que todo un buen drama debe conseguir. Es decir, que te sientas identificado de alguna forma con los personajes de la trama y en el momento adecuado afloren los sentimientos. Creo que es prácticamente imposible no emocionarse en escenas concretas y, por consiguiente, notar una lágrima rodando por tu cara o estar directamente llorando como una magdalena. El autor sabe pulsar muy bien las emociones y consigue transmitirlas al lector, algo muy importante y que es posiblemente el punto fuerte de la obra. Por otro lado, tenemos diferentes capas de lecturas que profundizan en distintos aspectos de la naturaleza humana. Desde el más obvio como es la emancipación de los hijos, aunque aquí se añaden elementos adicionales y que deberían ser habituales en la mayoría de las familias, algo que suele afectar a todos los padres y que se denomina familiarmente como síndrome del nido vacío, hasta cuan diferente puede ser la visión de un niño sobre los aspectos de la vida que le rodea. De ese modo, vemos como Yôichi recuerda momentos de su vida de forma diferente a su hermana, un poco mayor que él, y que se vio obligada a madurar antes de tiempo tras la marcha de su madre, lo que le permitirá cambiar totalmente su perspectiva respecto a su visión sobre el comportamiento de su padre, que al fin y al cabo fue un poco la víctima de su primer matrimonio, a pesar de que su perspectiva había sido justo al revés.
Este cambio de la visión en el protagonista se traslada también al lector, al ir conociendo con más detalle la compleja relación entre los padres de Yôichi, cuyo punto de inflexión se produjo tras la catástrofe que los deja sin hogar. A partir de ahí, un hombre orgulloso y trabajador, que cargaba con una pesada carga por no sentirse bien acogido por sus suegros, y el comportamiento en cierta manera egoísta de su esposa, dedicará su vida al trabajo para saldar una deuda e intentar sacar adelante a su familia. Sin duda, una historia desgarradora y humana como pocas, que nos ofrece una visión muy realista del Japón de los años cincuenta, inmerso en una guerra y conviviendo con soldados americanos. En este escenario, se desarrolla un intenso drama familiar en el que un niño crece totalmente convencido de su visión distorsionada de la vida, para aprender, quizá demasiado tarde, que estaba equivocado.
Cabe señalar que más allá del drama humano, esta obra presenta también un acercamiento a occidente de muchos aspectos de su cultura que estoy seguro que en su momento, a mediados de los años noventa, chocaría un poco. A pesar de que el propio autor aceptase la propia occidentalización de la obra al invertirse el sentido de lectura original por el que utilizamos en el resto del mundo, al contrario que en oriente. Aunque no parece haber ningún fallo en ese aspecto, a mí me ha chocado ver que la madrastra de Yôichi utilice el cuchillo de cocina con la izquierda. Aunque, obviamente, puede ser zurda, claro, pero me ha llamado la atención porque los personajes de ficción no suelen ser zurdos, lo cual no quiere decir que este no lo sea, claro. De todas formas, es una ida de olla mía, que dudo mucho que influya en poder disfrutar la historia como es debido.
Por último, resaltar también el apartado gráfico, en el que podemos ver un realismo acorde con la trama, generalmente bastante cuidado y con cierto detalle a la hora de plasmar ciudades y paisajes naturales. Todo lo demás está bien aunque reconozco que la simplicidad de los rostros es quizá lo que me ha parecido menos trabajado. No ya a nivel de expresionismo, vital en una historia de este calibre, sino al presentar un estilo gráfico que sin que nadie te diga nada huele a manga. No es algo necesariamente malo per se, pero a pesar de que gráficamente está bastante bien en líneas generales, el tema de los rostros es su punto flaco. Pero de nuevo es una nimiedad sin demasiado valor, porque en su conjunto la obra es excelente, ofreciendo al lector un auténtico drama humano y una historia que es imposible que no cale en lo más hondo del corazón del lector. De ese modo, junto a Yôichi llegaremos a descubrir que padre no hay más que uno.