Pongamos un ejemplo: Millie la modelo.
Al editor Marvel de turno le puede chiflar infinitamente esa serie, ese género, esos autores...
Podría haber incluso 45 potenciales compradores que se dejarian un dinerillo en un tomo recopilando las aventuras de la joven modelo en esta España mía, esta España nuestra.
¿Podría el editor hacerle caso a su inocente conciencia, y a ese casi medio centenar de valientes, y proponer a la dirección de la empresa la publicación del mentado recopilatorio?
Claro, es su trabajo. Pero también lo es descartar aquellos productos que supone, piensa, imagina, huele, estima que NO van a producir un interés suficiente entre una cantidad suficiente de lectores.
Y si después de pensárselo mucho decide que sí merece una pubilcación, vendrán los señores de la dirección de la empresa y le dirán algo así como "mejor publicamos esto que sabemos que se va a vender bien, majete, que lo de perder dinero con tus caprichos no está en la agenda".
El editor decide (no todo, no siempre). El mercado influye (para publicar y para dejar de hacerlo). El que paga, manda, y luego, cobra (más, y pretende seguir haciéndolo).