He leído
Ronson de César Sebastián
¿Dónde fue aquel niño que jugaba con el barro? ¿Lo perdimos en el bullicio de la adultez o continúa con nosotros? Esta maravilla de comic, nos ayuda a reencontrarnos con ese otro yo que la desmemoria va reconvirtiendo y moldeando a su gusto.
En
Ronson, el tiempo, pocas veces complaciente, se detiene, nos libera y nos acompaña en un viaje al pasado, a un álbum de fotos sepia en el que es indiferente si has vivido o no las aventuras de estos chiquillos, serás uno más con las tuyas propias.
Cesar Sebastián nos traslada a un pueblo de la España rural de los 60 de calles sin asfaltar que criarán charcos para divertimento de los pequeños y paredes con desconchones sin calafatear. Nos guiará con su prosa ágil y su dibujo de línea clara, marcando el ritmo y sabiendo pausar la lectura en los momentos álgidos. Hay viñetas en las que tienes que reposar, adecuar a tu propio recuerdo y reflexionar si se da el caso.
Es la imagen de tu abuela que sonríe al sentirte en la casa o el rumor del agua tranquila mientras sacas un botellín de cerveza del río en una calurosa tarde de verano. Es el calor de hojalata del barreño con agua al sol y es el olor a padre el que te recibe a la entrada, “Mama, la casa huele a papá” que decía Quique González en aquella canción.
¡Párate! Reflexiona. “Ese es el mío”, lees, y el tiempo se detiene.
Y el final del tomo, digno de mención. Sinceramente esperaba algo al estilo del “Pueblo Blanco”, la canción de Serrat, pero qué va, es… bueno, no sé, de los finales más bonitos que he leído en mi vida.
Sobre la edición: el comic está súper cuidado, asemejando una vieja edición de hace años, como los libros encuadernados de yo qué sé, los sesenta o los setenta de forma manual. Al cartoné, pues eso, se le ve el cartón por los laterales, totalmente adrede, claro, y le han colocado unas guardas de lo más desfasadas pero que quedan chulísimas. Aparte las páginas vienen troqueladas, lo mismo que aquella edición del Thor de Panini, solo que aquí, en mi opinión, sí que tienes una razón de ser. Y la portada, cada detalle, cada luz entre las sombras del árbol, tiene su relieve.
Sobre la obra: La verdad es que no sabía cómo abordar esta parte, ya que no es una historia al uso, sino que son más bien como esas imágenes que acompañan al título de cada capítulo, pequeñas crónicas, pequeñas historias que como un álbum de fotos van formando un todo. OJO, QUE SE VIENEN SPOILERS.
Ronson: Titulazo. No vamos a ponerlo fácil. Toca rebuscar.
El niño: Sin nombre para el personaje principal. Totalmente adecuado. Podría haber sido el tuyo.
1. El poso que precipita: Tremenda frase con la que comienza este viaje. Refleja cómo el tiempo, inexorable, se abalanza contra la memoria. Así, constante, poco a poco, como la gota de aceite prensada en la almazara o la de mosto en el lagar, van dejando su huella, gota a gota, poso a poso, los recuerdos.
Una cosa es el recuerdo de la casa, de la moto con la que hacías el cabra o del árbol que daba sombra. Otra, cruel a veces, es la realidad de aquel momento. Y otra, cruel siempre, es la realidad del ahora: El Fiat 1800 de relumbrón ya no sirve ni para chatarra, la moto vestida de polvo ni arranca y las viviendas que albergaban vida ahora visten un “se vende” que duele. Todo eso y mucho más nos cuenta en ocho páginas.
2. Sopla el solano: Sopla y trae cálidos recuerdos, el barreño de agua, el macho acarreando la paja, los paquetes de cigarrillos, rubio o negro, Stuyvesant o Antillana.
Y la primera parada obligatoria. Hay que mirar la viñeta por un rato y devolverle la sonrisa a tu abuela.
Luego ya el chicle que pegabas en el canalón para seguir rumiando al día siguiente, “Bazoka, siempre en la boca”. A pesar de que un abuelo con un cigarrazo entre los dedos y dando caladas a la muerte, te diga que se te van a pegar las tripas y te vas a morir. Dios, qué momentazo.
3.El olor de la mies: Lo he olido, no muchas veces que todo hay que decirlo, y es un olor a vida, a verano y a noches al claro en buena compañía. César Sebastián nos muestra los aperos de labranza, también las albardas y collejeras para el ganado y por supuesto, recogemos el cereal a la antigua usanza, con cuatro nudos en el pañuelo tapando la cabeza del sol y con hoz y zoqueta como única ayuda, doblando el espinazo. De sol a sol.
4. Cuando el diablo se aburre: El tema más controvertido del álbum es el del trato de los chiquillos a los animales. César Sebastián no los juzga, narra los hechos, sin más. Seguramente si nos hubiera tocado vivir de niños en aquella época y ambiente, hubiésemos actuado de la misma manera. No veo maldad en los niños. Con todo, una de las más bellas viñetas se encuentra aquí. No voy a desvelar nada porque a mí me emocionó al leerlo de nuevas y me jodería mucho romper ese hechizo a futuros lectores. Última viñeta de la última página del capítulo. Tiracantos por cierto, ya nunca tirachinas.
6. La mujer que fuma: Bajo la moral conservadora y represiva del franquismo, la sexualidad era un tema tabú y existían estrictas normas sociales que limitaban la expresión y la discusión abierta sobre el tema. Así que aprendían a salto de mata. Las primeras pajas, el irse de ventana tras el baile, las primeras tetas y chochos en unas revistas resobadas y los arrimones en las lentas.
7,8. Los chavos negros, el ballueca y yo: Aunque había oído lo de “no tengo un chavo” o “la perra gorda”, ahora sé de donde proviene.
Los veo recogiendo las colillas de los mayores para fumarlas a escondidas, me meto es sus hogares y veo el dolor, la pobreza, el amor de un hijo hacia su madre. La violencia de género y el maltrato infantil no existen, sólo es algo desagradable que pertenece a la intimidad de la familia. El suicidio, por el contrario, no siempre puede disimularse.
9. Camino a los quiñones: Un quiñón es una porción de tierra de cultivo repartida en usufructo entre los vecinos de un pueblo y es también el último capítulo de este apasionante relato. No quiero decir nada sobre él, porque está tan bien narrado y tiene un cierre tan bonito que es mejor no saber nada sobre él.
Resumiendo: Ronson es un álbum de fotos de la infancia, de cualquier infancia, pero reflejada aquí en esa España rural de los 60. A veces cruda, otras descarnada, pero casi siempre feliz. Es también un ejercicio de nostalgia al que es conveniente acercarse sin juicios de valor preestablecidos, sin censura y así disfrutar del viaje. Para mí, sin dudas, uno de los tebeos de 2023.