LA JUSTICIA SEGÚN DEMATTEIS Y GIFFEN
La Liga de la Justicia tiene el honor de ser el primer supergrupo de la conocida como Edad de Plata de los cómics. En su primer volumen contó con artistas de la talla de Mike Sekowsky, Dick Dillin, Gerry Conway, Steve Englehart, George Pérez o Len Wein, entre otros. No obstante, tras un periodo de gracia, el concepto perdió fuerza y a principios de los ochenta el grupo dio un giro, con la intención de reavivar las ventas, incluyendo nuevos integrantes, consiguiendo el efecto contrario al deseado.
Tras Crisis en Tierras Infinitas, se publicó la miniserie titulada Legends, la cual supuso una nueva oportunidad para reunir al grupo e iniciar su nueva andadura. En esta ocasión, se apostaba por algo tan inesperado como arriesgado: el humor. Mientras, en otros rincones de la editorial, se publicaban obras que pretendían atraer a un público más adulto bajo el sello Vértigo; Frank Miller y Alan Moore contribuían a la deconstrucción del héroe en las aclamadas Watchmen y El Regreso del Caballero Oscuro. En ese escenario, Jean Marc DeMatteis y Keith Giffen escriben, a cuatro manos, una serie cuyo motor principal es la comedia de situación. Hay que dejar claro que el dibujante Kevin Maguire, y su habilidad para el expresionismo facial, también tuvo un papel determinante en el éxito de una etapa que duró prácticamente cuatro años, languideciendo en los primeros compases de la defenestrada década de los noventa. Posteriormente, también aportarían su grano de arena Adam Hughes, Bart Sears y Ty Templeton.
De este trío de artistas, el más desconocido hasta la fecha era Kevin Maguire, cuyo talento fue atisbado por Andy Helfer. Antes de recalar en DC, el dibujante apenas había hecho algún encargo insignificante en Marvel, pero Helfer lo propuso para que dibujara esta nueva encarnación de la JLA. Si bien era un dibujante lento y no dominaba demasiado bien el movimiento de las figuras, tenía una habilidad especial para las expresiones faciales, lo que lo hacía el dibujante perfecto para esta etapa.
Keith Giffen, por el contrario, era un autor mucho más conocido. Su último trabajo había sido La Legión de Superhéroes, la cual estuvo dibujando durante una larga temporada, suponiendo el espaldarazo definitivo del autor. Con una innegable influencia del maestro Kirby, este autor evoluciono hasta ser el responsable de la creación de Lobo, el último Czarziano vivo, porque él se encargó de que fuese así, todo hay que decirlo. Giffen es fundamental en esta nueva “génesis” del grupo, ya que sus ideas cobrarían vida en muchas de las situaciones y argumentos tan divertidos que podemos disfrutar en esta serie.
DeMatteis no era una estrella del medio, pero tampoco era un completo desconocido. Inició su carrera a finales de los setenta en la propia DC, tras desechar su carrera como dibujante, presentando algunos relatos para House of Mystery y Weird War Tales. Ya en 1980, DeMatteis pasaría a Marvel donde escribiría The Defenders, Captain America y Marvel Team-Up. Quizá la gran sorpresa de esta serie sea ver involucrado en ella a DeMatteis, ya que el autor destacaba por su acercamiento al misticismo, en parte por su afición al pensamiento oriental. Esto queda perfectamente reflejado en la novela gráfica protagonizada por el Dr. Extraño, Into Shamballa. Sin embargo, el autor forma un tándem tan sólido con Giffen que ambos volverían a repetir la formula del éxito en Marvel con Los Defensores. Cabría destacar esos diálogos ácidos y mordaces, donde DeMatteis demostraba que era un autor más polifacético de lo que parecía.
Echando la mirada atrás, y poniéndonos en la piel de los lectores que compraban el primer número de la colección, veremos que aquella idea supuso una sorpresa superlativa. Nadie esperaba que el principal grupo de la editorial fuera a dirigir su camino por unos derroteros humorísticos. Aquellos personajes estaban muy lejos de las encarnaciones que todos conocían, casi eran una versión paródica de los mismos. El contraste más interesante lo ofrecía Batman, que parecía un tipo huraño y malencarado inmerso en aquel festival del humor que tanto detestaba. Precisamente, su carácter sería el detonante de su marcha. Y es que una de las curiosidades de esta peculiar Liga de la Justicia, es que los pesos pesados de la editorial iban dejando paso a otros personajes de carácter más secundario, los cuales acabarían brillando como auténticos protagonistas. Así, número tras número consiguieron convencer al fandom y, años después, se convirtió en una serie de culto aclamada por la crítica.
Aquellos que no hayan tenido la suerte de leer esta etapa se preguntaran, y con razón, como el humor pudo triunfar sobre el heroísmo. La verdad, es que la serie tiene la dosis necesaria de heroísmo para demostrar que los autores no perdían de vista el género en el que se encontraban, todo lo contrario, sino que habían descubierto una nueva forma de luchar contra el mal, utilizando como arma la carcajada, entre otras variopintas opciones, claro. De ese modo, veremos como la invasión alienígena dirigida por Starro combina a la perfección lo absurdo con lo heroico. Desde amenazas planetarias a países sometidos por tiranas dictaduras, allí donde era necesario impartir justicia se presentaba este peculiar equipo.
Pero uno de los puntos fuertes de esta serie son las relaciones entre los miembros del grupo. Dicha interacción daría lugar a momentos tan impactantes como el legendario puñetazo de Batman a Guy Gadner; la tremenda adicción del Detective Marciano por las galletas oreo; la sólida relación de amistad entre Blue Beatle y Booster Gold; la incorporación al grupo de Fuego e Hielo, ésta última una antigua “diosa” noruega que acabaría uniendo su destino a Guy; la aparición del Green Lantern más despistado del Universo, un gigantesco perro llamado Gnort; o un Wally West obsesionado con la exuberante Power Girl, cuyo gato es otro protagonista más de esta loca comedia de situación, donde los momentos desternillantes se suceden uno tras otro.
Por otro lado, se presentaban villanos acordes a este peculiar supergrupo, estableciendo una concordancia con lo absurdo. Así, conoceremos a Befffeter (ya os podéis imaginar su aspecto) o el magnánimo Lord Mangha Khan conquistador espacial y empresario intergaláctico, que tiene una enfermedad mental debido a la cual mantiene continuos monólogos, mientras sus robots ayudantes tienden a interrumpirle de vez en cuando.
El éxito cosechado dio lugar a que el grupo se diversificara obteniendo una encarnación europea y otra internacional, multiplicando así la diversión. A pesar del inicio titubeante, la calidad de estos tebeos obró su magia. Sus acertados diálogos mordaces y afilados, su burla inteligente y sus magníficos dibujos tuvieron su merecida recompensa. De este modo, irrumpió el humor en DC; por la puerta grande.
A nivel personal, puedo decir que es una de las mejores series tras el reinicio de DC. Una colección fresca y divertida, donde se utiliza el humor inteligente como vehículo para contar historias. Además, tuvo tal repercusión que fue responsable del éxito de posteriores obras, de similares características, como Groo the Wanderer, ya que crearon una especie de subgénero, propiciando que el público estuviese más receptivo a este tipo de temáticas.
En esta serie pude descubrir plenamente el matrimonio Dibny y la solidez de su unión; pude descubrir las “buenas razones” de Power Girl para ser miembro del grupo; pude descubrir como los compañeros se convertían en verdaderos amigos; pude descubrir que a los marcianos les encanta las galletas de chocolate con nata; pude descubrir a Maxwell Lord y como funciona un grupo de superhéroes con un jefe empresario; pude descubrir a la familia Marvel desde otra perspectiva, sobre todo a la cándida e inocente Mary Marvel; en definitiva, pude ver una versión de la Liga de la Justicia muy arriesgada, pero tremendamente efectiva que, sin grandes pretensiones, se convertía en una serie al servicio del entretenimiento. Un concepto que, a veces, no se asocia con la calidad artística, pero aquí se demuestra que es perfectamente compatible. Además, con el valor añadido que lo hace alejándose de la oscuridad imperante en el género. Sin un solo atisbo de tragedia, enarbolando la hilaridad, la autoparodia y, en ocasiones, hasta la obscenidad; de esa forma tan atípica, se forja una leyenda sin parangón.
Yo pude acercarme a esta obra gracias a la edición de Planeta en su línea “Clásicos DC” y acabé totalmente enamorado de la serie. Página tras página los autores consiguieron engancharme con las aventuras y desventuras de un peculiar grupo de superhéroes que salvaban el mundo de una forma desternillante. Una serie sin complejos que merece estar por derecho propio en el panteón de las grandes obras de DC.
Con esta afirmación es posible que alguno piense que exagero, pero os invito a internaros en una etapa donde la constante es la risa fácil. Estoy plenamente convencido que, tras iniciar la lectura, sin daros cuenta estaréis soltando una sonora carcajada que se oiría más o menos así: BWA-HA-HAA-HAAAAA.
Haced la prueba y ya me contaréis.