Runaways, de Brian K. Vaughan y Adrian Alphona.Una de las cosas que más me gustan de la Marvel de Quesada es la capacidad de éste para atraer a magníficos escritores, viniesen de donde viniesen. Así, la que apenas un lustro antes fue la editorial que casi se descalabra con Heroes Reborn y la marcha de sus estrellas a Image, poco a poco se fue renovando con bicharracos que comenzaban a despuntar en el mundillo en editoriales independientes, con algunas de las estrellas que habían convertido al sello Vértigo en referente de calidad o con escritores quese ganaban las lentejas en otros medios como el cine o la televisión.
Dicho de otra manera, los Jim Lee, McFarlane, Larsen o Liefeld acabaron siendo reemplazados por los Morrison, Ennis, Jenkins, Ellis, Milligan, Millar, Bendis, Brubaker, Straczynski, Heinberg o Whedon.
Incluso se dice que Joe Q llegó a intentar fichar a Alan Moore para Los 4F, lo cual me parece apuntar muy alto, la verdad; ignoro si es cierto o no, pero reconozco que desde que me llegó ese rumor, algún sueño húmedo he tenido.
Con o sin Moore, la lista de nombres es impresionante. Que no todos llegaron a cuajar en la editorial como cabría esperar, por supuesto, pero en algunos casos nos dejaron etapas para el recuerdo: ya he hablado por aquí de algunas de ellas, y de otras hablaré más adelante. Supongo que a estas alturas el personal ya se habrá dado cuenta de que me encanta la Marvel de principios de siglo (y si no es así, pues ya lo he dicho).
El caso es que entre todos esos grandes nombres hay que añadir a Brian K. Vaughan. Y con él se cumple una de esas máximas a las que un servidor, ingenuo cual niño en la Noche de Reyes, se aferra siempre que la ocasión lo merece: dale espacio a un escritor talentoso, déjale respirar y contar su historia y tu confianza se verá recompensada.
Diría que eso es exactamente lo que pasó.
El que Vaughan sabe escribir buenos cómics supongo que es algo que ya todos sabemos. Es el tipo que escribió Y El Último Hombre, que es una de las series Vértigo más celebradas de los últimos quince años. También es el que ahora lo está petando con Saga, el tebeo más elogiado de la actualidad. Pero en su momento, su papel en Marvel consistía en sacar adelante la línea Tsunami, que como todo el mundo se podrá imaginar en vista de la gran presencia de la línea Tsunami en el mercado actual, no terminó de cuajar. Pero nos dejó una de las joyas marvelitas de los dosmiles, así que algo ya hemos sacado de aquella iniciativa.
Como la idea era que la línea Tsunami fuese dirigida a los chavales, Vaughan escribió un tebeo de chavales. Y como el tío es muy listo, acudió a dos reclamos inapelables a la hora de escribir una buena historia sobre chavales: las referencias populares por un lado, lo cuál dota de frescura al tebeo y ayuda a que el chaval se identifique con los diálogos, y la interacción entre personajes estereotipados con un crecimiento personal paulatino (si alguien no entiende a qué me refiero, sólo tiene que pensar en el clásico generacional El Club de los Cinco (
The Breakfast Club, 1985).
Así, la premisa no podría ser más sencilla: se junta en una habitación a un muestrario de arquetipos tales como la chica gótica, el cachas sin demasiadas luces, la muchacha resabiada y cínica que quiere ir de
cool, el nerd, la princesa de buena familia y, ejem, Molly Hayes (inclasificable, lo siento); se busca un catalizador de la acción, en este caso el descubrimiento de que sus padres no son lo que parecían, y se les deja crecer poco a poco, a ver que ocurre. Y oye, al igual que en la peli de John Hughes, el truco funciona. Al final uno se acaba encariñando con los personajes, acaba aceptándolos como son y comprendiéndolos. Están vivos, en difinitiva.
Con estos fugitivos (que nunca se definirán a sí mismos como Runaways, por cierto) escapando de la sombra de sus progenitores, básicamente se narra desde un punto de vista de fantasía algo tan real como el liberarse de los lazos familiares e ir formando tu propia familia, esa que a veces eliges y que otras veces dejas que te elija. Y lo hace con humor, con diálogos brillantes, con algún que otro momento antológico (esa elección de seudónimos, por favor) y con un sentido de la aventura brutal.
Y, por supuesto, el cierre de la historia volviendo al principio, porque los padres son los padres y hay nudos que un hijo siempre necesita deshacer para poder volar líbremente.
Para cuando uno llega al final del primer volumen, siente que esos personajes ya le pertenecen un poquito, y que le han hecho vivir una aventura asombrosa con su inicio, nudo y desenlace.
(Aviso para navegantes: si hay alguien que le tenga echado el ojo a esta serie y no se ha animado a comprar el tomo publicado por Panini por miedo a quedarse con la historia colgada, que no haga el canelo y se anime; si nunca hubiese existido el segundo volumen, tampoco lo habríamos echado de menos y yo estaría escribiendo este texto en los mismos términos).
Como la colección acabó teniendo cierto éxito en la venta de TPBs recopilatorios, Vaughan y Alphona regresaron con un segundo volumen de veinticuatro números. Dicho volumen no resta, ojo. Tampoco es que sume especialmente. Símplemente, estira un poco un concepto que había quedado perfectamente cerrado. Se hace interactuar a los chicos un poco más con otros personajes de la editorial (algo que reconozco que no me hace mucha gracia), se mantiene el tono de la serie, se incorpora algún nuevo miembro a la pandilla y, afortunadamente, se vuelve a llegar a un final cerrado y redondo. Vamos, que puestos a hacer algo innecesario, al menos se hace con cabeza y clase.
En definitiva, lo que Vaughan y Alphona hacen en Runaways es crear un clásico de culto, una de esas pequeñas joyas de autor que posiblemente nunca tengan unas ventas estupendas, nunca vean un montón de reediciones diferentes ni sean capaces de crear franquicia, pero que con suerte siempre tendrán a alguien que pida su reedición y recomiende su lectura al máximo de gente posible. Porque creo que Runaways es un tebeo endiabladamente bueno. De verdad. Palabra.
(Pd: como último apunte, y que puede ser muy significativo sobre las virtudes de este tebeo, decir que cuando el grupo decide tomar las riendas de su vida, lo hace en el Observatorio Griffith de Los Angeles. Ya dije antes que Vaughan es un tío muy listo)